Yo, nosotros


En estos días releo el libro «Tao Te Ching» y descubro ideas que, en mis lecturas anteriores, mi mente no registró. Siento que ahora disfruto más estas nuevas lecturas del texto ancestral.

Se afirma que alguien regresa a aquellos sitios donde fue feliz. Yo retorno cada tarde al «Tao Te Ching» para sumergirme, por unos momentos fugaces, en las tibias aguas de la paz.

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Son momentos en que mi mente se aquieta y disfruto todo. O trato de disfrutar de todo. Esa luz solar brillante que entra por la ventana. El sudor en mi frente que se va deslizando. Ese joven que está platicando vivamente con su compañero que mueve incansablemente el pie derecho, arriba, abajo. Aquella señora que habla, a viva voz, en el teléfono celular. Ese hombre que le dice «Te quiero mucho» a la persona con la que habla al teléfono. Soy casi sorda pero en estos momentos mi audición logra percibir, claramente, varias charlas a la vez mientras juntos viajamos en un autobús.

¿Será acaso porque mi lectura sobre el Tao me da tanta paz que salgo de mí misma y logro percibir a los demás?

En mis manos tengo este libro, este tesoro, que he cerrado para dejar que la idea que acabo de leer llegue a lo profundo de mi mente. Quiero grabar las palabras como si yo fuera una piedra. Solo consigo sentir. Reabro el texto y reanudo la lectura. Otra página maravillosa me enamora. Es la belleza de saber decir lo que no tiene nombre.

Heme aquí tratando de decir qué se siente leyendo sobre el Tao.

Este libro no se trata sobre buscar un Dios o qué hay más allá. Se trata de encontrarse con uno mismo. Sus textos nos regalan risas porque nos vemos a nosotros mismos reflejados en sus aguas cristalinas. Yo, inevitablemente, reí cuando en el prólogo leí que «los conocedores del taoísmo están unánimemente de acuerdo en que ‘Solo un muerto sería el perfecto taoísta'».

Las páginas de este libro nos obsequian conocimiento. De la cultura china. De un modo de vivir la vida. De un modo de apartarse de lo que no enriquece nuestra vida, de tomar conciencia de nuestras vanidades y codicias…

Cierto día, hace muchos años, alguien dijo de mí que soy una persona sencilla. Concordé con esta idea de mí. Pero este año leyendo el Tao Te Ching descubrí que no lo soy totalmente. Creo que, como dicen los expertos, la mayoría de las personas no somos gente sencilla. Una persona sencilla es aquella que se conforma, que no tiene deseos, ambiciones, ese algo que le hace moverse como un río en constante transformación.

Pero la sencillez tiene algo que da paz, que evita entrar en la telaraña de la incesante búsqueda de algo, como un perro persiguiendo su propia cola. Si eres capaz de detenerte, mirarte, ver dentro de ti, y sentir paz, eres feliz.

Entonces ¿qué nos falta?